OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

domingo, 22 de febrero de 2015

GRACIELA PEROSIO: "BALANDRO"



 






















 El día que me subí al balandro de G. Perosio

En uno de los poemas de Balandro, Graciela Perosio refiere el encuentro en un bar con una amiga poeta, luego de un impasse de más de veinte años. No es difícil para ellas, en el tiempo que dura el encuentro, reconocerse en las afinidades, especialmente en el juego de intercambiar poesía, madero seguro del que ambas viven aferradas para resistir “un mundo agrio”; “Señales propias de una manera –entre tantas‒ / de vivir.” (44), dice el último verso y dibuja una clave.
Así fue también nuestro encuentro en Buenos Aires, una tarde calurosa del último diciembre, primeros días, también en un bar, luego de algunos años de espera sin conocernos más que por nuestra poesía, libros intercambiados por correo, comentarios. Graciela me dio su libro, dedicado, tal como lo hizo con la amiga del poema, con una sonrisa afectuosa que imagino idéntica; me invitaba, en ese acto casi sagrado, a sumarme a las/los tripulantes de su generoso balandro, nada más y nada menos que una representación de la vida misma, con todos sus matices, con su bolsita de vientos que de tanto en tanto alguien desata y soplan a voluntad, con fuerza demoledora o compasiva... 




El temblor de estar viva

  Perosio, Graciela, Balandro, Paradiso, Buenos Aires 2014



                                                                ©Marta Ortiz



Balandro nos hace partícipes, cómplices de las dos pulsiones a las que la poeta obedece, y que dan nombre a los dos apartados que lo componen: La necesidad de pintar y La necesidad de narrar. No son opuestas sino complementarias, pero cada pulsión determina el sesgo dominante que el poema celebra. Entre ambas fluye una poesía hospitalaria, sedimentada, sabia: letra de madurez de Graciela Perosio. 

“Conrad aconsejaba al navegante no oponerse al mar”, dice Fabio Morábito en su elocuente contratapa; “y lo decía pensando sobre todo en embarcaciones de vela y livianas como el balandro”.  Del mismo modo, Graciela invita al lector a subirse a la vida, a fundirse en ella, a seguir el destello del faro en la noche, a resistir ‒sea cual fuere la sinuosidad del camino a transitar‒, aquello que acontezca: “esta es la travesía/ en un mar de maravillas”(pág. 13), sin olvidar que inevitablemente será necesario también “limpiar la borra triste del café / que se adhirió al fondo de los huesos” (pág. 15). 

La lírica busca captar y fijar la imagen entrevista: así, el flamenco rojo corta el cielo azul de otoño, el invierno ilumina leve, algún matiz “sin nombre” enamora, y la sombra y el jardín helado; forma y color son palabra poética, y tan sensible es lo ofrecido a la mirada contemplativa en perpetuo asombro, que parece inevitable la pregunta de la poeta, frente al temblor que confirma tanta vida, como si una cosa pudiera invalidar, de algún modo, la otra: “cómo apaciguar / […] el temblor de estar viva / y no obstante vivir?” (pág. 22)

La vía narrativa da cuenta a su vez de mínimas tramas cotidianas (un paseo, una visión, la imagen sugerente a la que se agrega lo imaginado llenando así el hiato de lo que no se conoce) y también de episodios o fragmentos que la memoria ilumina: “Y no se sabe bien /si los hechos fueron así / ni a quién le importa./ Vuelven, reclaman un lugar/en la escritura. (51)

Hay un punto de partida, autobiografía esencial condensada en los ocho versos del primer poema: la poeta, como muchos de su generación, soñó un país limpio y ocultó sus miedos y timideces detrás de la actividad que le facilitó el diploma buscado y obtenido: ideal soñado y profesión fueron la madera que moldeó el balandro desde donde hasta hoy, navegó los surcos del devenir, expuesta, como todos, al azaroso “bramido del viento”. 

Viñetas contra viento y marea recortan tejidos narrativos puertas afuera: la mujer de negro avanza por la calle Cerviño, lleva una rosa en la mano y llora. Mira la flor “o la daga intacta / de un poema amputado!” (pág.26); la imaginación se ha ocupado de reponer lo que la imagen guarda para sí. Viñetas puertas adentro abren ventanas desde donde el yo que escribe dialoga (como Frost) con el árbol enfermo; una abertura en la medianera dará paso a la luz ausente, o se podrá contemplar el monte Fuji a través de una ventana japonesa. Y los cuentos que la memoria sirve y adereza: el recuerdo de infancia “llega tu risa/con las olas grises del tiempo”(pág. 32); los olores evocadores de secuencias vividas como el perfume del padre, recuperado al entrar a un restaurant conocido, o aquellos azahares que “la hicieron volar/sin que el terror de aquellos años / lograse quebrar la noche”(pag. 36).Y el anecdotario ajeno, navegable como el propio (la escribana, el arquitecto amigo, el encuadernador de libros).

Los topónimos familiares aportan una ubicación espacial concreta que favorece la identificación inmediata; calles, esquinas, avenidas, barrios y lugares específicos con nombre y apellido que fueron y son el entorno donde la vida de la poeta transcurre.

Balandro es cifra del misterio y la maravilla de estar vivo. De entregarse a la díscola voluntad del viento. Yo/tu/nosotros/ellos, somos, podemos ser esa embarcación que permita navegar la vida, obedecer las señales y sus marcas. Libro de cabecera donde lo aprendido fluye con una sintaxis clara y despojada que gana en intensidad; tan sutil como la imagen deseada del monte Fuji, aparecida en el exquisito poema de cierre; la misma que la poeta, convirtiéndose en la montaña que desea ver, hace de su propio rostro y manos reflejadas en el vidrio: “Yo soy la montaña /(y la montaña también es un balandro)”. 

Declaración de principios, modus vivendi y operandi, celebración, marca registrada, la de Graciela Perosio, mujer que sabe de resistencias variopintas, pintada y narrada a la bellísima manera del poema.

febrero de 2015


 Dos poemas de BALANDRO:


Hay una edad en que las escenas,
las personas y anécdotas
vuelven como rompecabezas
para armar.
La memoria busca
o inventa sentido.
Y no se sabe bien
si los hechos fueron así
ni a quién le importa.
Vuelven, reclaman un lugar en la escritura.
Y ella, como historiadora excéntrica,
documenta batallas mínimas,
exámenes de entomólogo, 
descubrimientos ópticos
en el microscopio del recuerdo.



En la noche de febrero, densa,
algunas ventanas insomnes
se iluminan en la ciudad mal dormida.
Esta viscosidad nos reporta
la invalidez del cansancio.
No alcanza para merecer el sueño.

De pronto, la sospecha de un trueno.
El ansia de la lluvia en los sauces
y sus grandes cabelleras agitadas.

El deseo es una tormenta
en la duermevela
agobiante del verano.




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