OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

jueves, 5 de septiembre de 2013

PAULINA VINDERMANN

Frank Benson, La lectora, 1910

























OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS (*)

todos los poemas aquí transcriptos pertenecen al libro La epigrafista (hilos editora, Bs. Aires, 2012)




Esa mujer (tierna, inestable)
va detrás de la sombra de un  perro más viejo que el mundo
y escribe la historia del vendedor de escobas
como si fuera un ensayo sobre la noche.

Esa mujer tiene a veces
un brillo de tornasol sobre su nuca.
Sólo a veces,
porque los días lo esfuman durante el destierro,
durante la derrota,
la derrota que se enciende puntualmente
entre las columnas jónicas –imaginadas–
ala hora en que el sol se cae,
en que el sol parece caerse para siempre.

(La última vez que nos vimos
Ibas a contarme una historia, dice)


TALLER DE PINTOR
                                   Para Ariel Mlynarzewicz


La ciudad duerme, y si no duerme, se ha callado.
“La sospecha, como el murciélago,
sólo vuela en la oscuridad”.
Hacia el oeste crece una luna violeta
y asombrada de su propio poder
(he convertido mi mesa en un taller de pintor)
y hacia el sur, en foco a mi amanecer,
avanza un olvido como una marea.
La soledad es esta indefensión,
el temor a mi propio desierto
donde el único árbol –casi furtivo–
sólo dé olvidos como fruto.

La mañana vendrá, la luz vendrá,
pero mi vieja tristeza envuelta en trapos
carece de la sabia lentitud
de los escribas.
Tiene la furia de los muertos, el amarillo
de los muertos.

Espero el oscuro azul como a una llave.



Esta habitación huele a pasado:
el diálogo, el tronco enorme del árbol enfermo
del otro lado de la ventana.

Un sueño llegará al anochecer
(ah, vieja coleccionista de crepúsculos de seda)
y cuando llegue, le abriré al viento sur
que empuja los cerrojos.

La huella que deja la melancolía
puede ser tan feroz como ella misma.

Un pozo de agua donde flotan las certezas
como aceite sucio.



La poesía siempre tendrá ojos de perro perdido,
siempre dará luz a lo imposible.
Se preguntará por qué puerta escapó nuestro amor
y en qué muelle está el barco que me lleve
al olvido (al olvido de todos los muelles).
Siempre será una flor asfixiada en una cripta
oliendo a resina y a desesperación.

Incendiaron los puentes por la noche
y conseguí pasar.
Pero del otro lado me ordenaron volver
no lo hice, no lo hice y pagaré mi precio:
escribir en esta “soledad sonora”,
en este cuarto precario y con goteras
por el que pago en la casa del lenguaje.

La poesía siempre será perder lo que consigo nombrar,
dentro de una maleta roja.
y una fiebre idéntica a la belleza (en su explosión).

Recordar, encerrada, tus cartas que sonaban
a un saxo lastimero en el Hotel Chelsea.
Soñar con tu mano sobre el golpeteo de mi pecho
(la coraza colgada en un museo).

La poesía: ruina de ruinas,
la luna iluminando un descampado
y otra vez el perro que persigo y me persigue.
Toda la crueldad del mundo en sus ojos ardientes
(remedo de los míos en una tierra que danza).



 
La chiquilla leía sus cuentos de hadas,
el sapo se convertía en príncipe, nunca al revés.

Hormiga viajera persiguiendo una luna
Sobre el río.
No importa cuál río, importa
La desolada contemplación de la naturaleza muerta
arrojada sobre la cama de hotel:
un mapa, una lata, una naranja, ese mirador
austero para un mundo listo para ser enmarcado,
y el vértigo como sensualidad.

(Añoraré caricias pero aún no lo sé)

¿En nombre de qué culpa uso el escape
como símbolo?
¿En nombre de qué abandono?



El ritual de la ausencia exige un color
que envuelva el paisaje escarchado.

Ojalá nevara en esta ciudad, dije,
como una amante caprichosa, y se cumplió.
Nievan tus recuerdos diminutos
en una oscuridad tan opaca como los bordes opacos
de la noche.
Y la escritura alambra el territorio,
me encierra en mi cárcel lírica
donde juego con mi melancolía como si ella fuera
mi muñeca de trapo (mi muñeca de miedos).

Me sostuve del alambrado para ver mejor
y ahora tengo las manos vendadas.

¿El rojonegro de la sangre, escondido
en la venda es el color del ritual?

 

 










(*) Paulina Vindermann: Buenos Aires, 1944. Publicó diez libros de poesía, entre ellos: La balada de Cordelia, El muelle, Bulgaria, Bote negro. Participó en numerosas antologías. Obtuvo numerosos premios, entre ellos, Premio Cittá de Cremona, Italia, al conjunto de su obra y Premio Academia Argentina de Letras a su trayectoria y a su libro Hospital de veteranos. Parcialmente traducida a varios idiomas, tradujo a su vez a Sylvia Plath (Tulipanes), entre otros poetas en lengua inglesa.


No hay comentarios: