OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

domingo, 4 de noviembre de 2012

Prólogo y cuatro poemas de Espina de Maguey




Texto completo de Atlas, prólogo a Espina de Maguey

Atlas 

Por Marta Ortiz
                                                      ………………………………………….
   sombras del pensamiento más que pasos,
                                              por el camino de ecos
                                                             que la memoria inventa y borra:
                                            sin caminar caminan
                                                   sobre este ahora, puente
                                                           tendido entre una letra y otra.
                                            Octavio Paz


Recrear un paisaje muchas veces escrito sin caer en el cliché. El desafío de olvidar la imagen entrevista que se lleva  pegada al cuerpo en la serie de versiones escuchadas a partir del atlas ajeno. Otorgarle a la mirada el sesgo que la poesía, por su sola naturaleza, transformará en objeto único. Detenerse en el detalle mínimo: la espina del cactus, el pliegue del vestido, “este desorden de colores/ que flota entre los árboles”.
Evocar un viaje es volver a viajar.
Como quien se dispone a relatar su asombro ante la real y maravillosa belleza de América Latina, Mariana Vacs entrega en Espina de maguey una cartografía personal hecha de impresiones que la memoria reconstruye a partir de retazos significativos. Dice Borges en el prólogo a su Atlas: “…hemos compartido el hallazgo de sonidos, de idiomas, de crepúsculos, de ciudades, de jardines y de personas”; del mismo modo leemos en Espina… los versos que dan relieve y color a una geografía compuesta de imagen, sonido, viento, piedra, cielo, nube, volcán, cactus, desierto, leyenda, historia, arte, ruina. Las páginas-mapas encierran topónimos que suenan a redoble de tambor: Tenochtitlán, Teotihuacán, Amatlán, Tepoztlán, sitios cargados de historia donde conviven los dioses nativos con los vivos y los muertos también nativos: “Todos los hombres están ahí, /aunque solo nos llegue /su murmullo antiguo”.
La tierra visitada imprimió una huella que la poesía traduce: “Ombligo de la luna/ pájaro que ves nacer el sol/ desde tu morada de cielo”; tierra donde el día de los muertos se exhibe como un conjuro de fiesta y celebración, efímero reinado de Catrinas o Lloronas, en tanto las vidrieras comestibles ofrecen parcas y pequeñas calaveras de mazapán. Placebo contra la muerte, el 1° de noviembre se carga de “cempasúchiles naranja /flores de esponja amarilla / para que no se opaque el alma.” 
Hay sitio en el paisaje animal para las emblemáticas águila y serpiente, y sobrevuelan búhos, murciélagos y venturillas y el lagarto vigila en la piedra: “El mar vierte la sabiduría / en sus escamas de ceniza.”
El diario de viaje se conduele de la cultura originaria arrasada, tal como lo expresó Siqueiros en su mural El tormento de Cuauthémoc: “su dolor es mudo: / reconoce al saqueador y calla /…. / La Malinche interpreta/ y se rasgaría la lengua/ con espinas de maguey”. Espinas de cactus, de nopal, de maguey. Tierra con demasiadas púas, a pesar del flamboyán que también existe. En la ruta a Oaxaca el desierto “se eleva/ en un altar de espinas” y la iglesia abandonada ve crecer un cactus en la piedra. El yo lírico ha observado hasta pulverizarse los ojos esas púas vegetales que en algún punto del recorrido se asocian a sus propias lágrimas: “En la noche / agujas se desprenden de mis ojos / y ya no puedo ver.”
Los poemas, piezas breves y despojadas, bordan el tapiz absorbido de la cultura extraña. El viaje evocado contiene sueños: “mujeres que volaban sobre nubes/ clarinetes de papel”, cenotes mágicos como aguas amnióticas donde guarecerse, nubes de espuma y púas que rasgan y también calaveras en cuyos huecos “se abisma la mirada / en este desierto”, hasta encontrar restos vivos como ese sapo que, en tanto indaga el poema en la figura de Frida Khalo: “… destapa /algún silencio en la lluvia”.
Una estación primordial del itinerario es el estado de Oaxaca, región donde ancló la cultura “mixteca”, nombre que significa “lugar o país de nubes”, visible en algunos datos cargados de misterio: “nadie tiene morada en la tierra “, “los relojes detienen / su pulso en lo antiguo”.
Espina de maguey tiende una línea imaginaria entre el temprano deseo expreso de la niña: “Cuando sea grande quiero ir a Latinoamérica”, y el avión que la devuelve a su patria a la poeta: “Bajamos a las nubes, / veníamos caminando el cielo / y caímos”. El viaje ya es pasado. Quedaron los restos atesorados, el papel picado que recorta figuras o la certeza de que lo vivido no fue un sueño. Y el incesante trabajo de la memoria: de la mano de la imagen nunca convencional, de la cadencia y el ritmo que aportan sus filigranas a la poesía, regresa, una y otra vez, para contarlo.  

Cuatro poemas de ESPINA DE MAGUEY, por Mariana Vacs

ROPA TENDIDA

En Amatlán, un patio descuida
la ropa al sol y la montaña
protege mi sombra del abismo.

La soga enarbola manteles:
los borda de pájaros y frutas,
y el cielo va secando
despacio
este desorden de colores
que flota entre los árboles.

EL TORMENTO DE CUAUHTÉMOC
(mural de David Siqueiros)

Cuauhtémoc tiene los pies
de incendio y la boca muerta.

No confunde espejos negros
con regresos de deidades.

Su dolor es mudo:
reconoce al saqueador y calla.

La Malinche interpreta
y se rasgaría la lengua
con espinas de maguey.

SUEÑO MEXICANO

Soñé que tu nombre
y el mío
estaban escritos
en un códice antiguo.

Leía los dibujos bordados
sobre una tela blanca,
tejidos con hilo lunar:
mujeres que volaban sobre nubes,
clarinetes de papel.

No pude descifrar el mensaje,
y lloré.

 CENOTE MATERNO

Me adentro en el hueco de tu cuerpo,
cenote mágico que me integra a la vida.

Un murmullo de agua
se acomoda en tu vientre
y escucho las canciones de infancia.

Tu voz de sirena
me obliga a sujetarme
para no morir.