OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

miércoles, 23 de junio de 2010

Marta Aponte Alsina, "El fantasma de las cosas" (nouvelle)




Terranova Editores acaba de publicar en San Juan de Puerto Rico "El fantasma de las cosas", quinta novela de la narradora puertorriqueña Marta Aponte Alsina

La línea cantada de Marta Aponte Alsina

Por Marta Ortiz

Aponte Alsina, Marta, El fantasma de las cosas, Teranova Editores, Puerto Rico, 2010.


Los personajes que perfilan la línea matriz de El fantasma de las cosas son dos creadores: la escritora puertorriqueña Silvinia Díaz Torres (Silvinia = contracción de los nombres de sus admiradas “Silvina” –Ocampo- y “Virginia” –Woolf-; en sus palabras la “i” la distingue de Silvina y la “Sil” la aleja de Virginia), y Dugald, cineasta indio. Silvinia escribe la historia de Mitchel y Dugald vive el trance de filmar un disparatado nacimiento de la luna. Ambos, aunque residen en antípodas geográficas, comparten certezas y dudas: creen que el origen de la creación artística puede ser una imagen o un sueño, rastrean con denuedo el conflicto que ordenará la acción, se dice que todo sirve para ser incluido en el cuerpo del relato, y repetidamente se habla de la extraña “resistencia” de los finales que –coinciden- llegará por decantación de lo que letra o imagen vaya produciendo.

Existe un camino que, con ligeras variantes, los dos recorren: “La tierra es una red de líneas invisibles que dejaron los ancestros de la humanidad, caminándola” -líneas cantadas o songlines-; “lo que alguien imagina resuena en otra cabeza desprevenida”, escribe Dugald en su carta a la actriz proponiéndole el papel principal. Sabe que su dominio está en sus pies.

Asimismo Silvinia, cuya historia se ha estancado, conjura vacilaciones recorriendo cada rincón de su casa para pensar con los pies. Esta idea remite a un tiempo originario: “Antes de que se rompiera el vaso comunicante entre los narradores de todos los tiempos, los hombres rehacían el mundo a diario recorriendo los trazos de las canciones ancestrales. Haciéndolos y deshaciéndolos, mantenían fresca la creación”.

Siguiendo este hilo, o línea cantada, El fantasma de las cosas cuenta el cuento de la fragua de la creación. Se indaga en el giro de la palabra a fin de redondear un tributo a la imaginación. Se intenta inventar sobre mínimos datos una nueva ficción que a cada instante tropieza y no acaba de decirse, y esto a pesar de que ambos creadores, rodeados de cuentos de carne y hueso que pugnan por participar, historias que piden ser contadas, tendrían abundante material para elegir; el cuento de la madre de Silvinia grita su deseo de entrar a la página, en tanto la escritora inventa los detalles del cuento de Mitchel a partir de una frase alguna vez oída de boca de su padre: “toca cumbanchero, Mítchel”. Dugald, a pesar de tanta historia próxima y verdadera: la de Miguel, el convocado actor pobre, o su propia autobiografía que cuenta un rosario de infortunios -madre ausente y morfinómana y padre corrupto-, por citar solo algunos, elige la luna y a ella le canta. Silvinia y Dugald ceden al influjo del Romance de la luna luna de García Lorca, se exilian, obedecen a sus sueños fantásticos más allá de la literalidad lisa y llana que los cerca.

Marta Aponte, dueña de un formidable oficio de narradora, sorprende al lector con un lenguaje diferente al de sus producciones anteriores. La frase austera gana en concisión; como Silvinia, Marta, en estas líneas “cultiva el ascetismo”. Dúctil, la narradora se deja llevar por juegos de palabras y provoca giros inesperados y bizarros. Así, la actriz, que no se atreve a contarle a su marido que está enamorada de su pareja en la ficción, resuelve el conflicto camuflada en la piel de uno de sus personajes anteriores y desde esa otra voz, que facilita el extrañamiento deseado, se confiesa. Larry, a su vez, la induce a no creerlo, desde su condición de actriz –le explica-, ella vive una ficción: “Actuar es una forma de exponer la mentira de las verdades. Un falso tributo a la realidad”.

Atravesada de literatura, podría decirse que El fantasma de las cosas es un tributo a la lectura, un edificio de ladrillos literarios. Desde las primeras líneas se evocan las voces de Silvina Ocampo, de Virginia Woolf, de Clarice Lispector; se alude a Faulkner, a Hemingway, a Katherine Mansfield, por nombrar solo algunos. En la voz de Larry -lector de literatura argentina cuya bisabuela nació en la ciudad de Rosario (Santa Fe)- se rinde un claro homenaje a muchos de sus creadores emblemáticos. Un capítulo lleva por nombre un título de Silvina Ocampo: Los grifos, “un cuento sobre el lugar donde nacen todas las aguas”. Se menciona a Bioy Casares, creador de una isla imaginaria en la que no se puede vivir (La invención de Morel”), muy semejante a la que habita el cineasta Dugald, y también a Borges, maestro del idioma, y a la poetisa Alejandra Pizarnik, además de la omnipresencia del Che Guevara, cuyo diario en esta trama múltiple, alguien se está ocupando de escribir.

Este cuerpo textual se compone de tramas que son líneas, y las líneas acaban uniéndose, se recuperan los vasos comunicantes rotos, se tejen y destejen y retejen las historias. Se sigue, claro, la línea ya cantada de los creadores de todos los tiempos, bajo la luz blanca del romance de García Lorca sobrevolando, o del poema de Palés Matos. La resultante es esta original línea cantada que también podríamos llamar novela corta o nouvelle.



domingo, 20 de junio de 2010

No hay peor ciego...



Vallejo, Saramago, Flaubert: en torno al compromiso social, a las cuestiones de involucrarse o no involucrarse, contaminarse o permanecer impoluto...

Yo conozco al mutilado del órgano,

que ve sin ojos y oye sin orejas.

César Vallejo


,Por qué nos hemos quedado ciegos, No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón, Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven.


José Saramago (Ensayo sobre la ceguera)


Gustave Flaubert, en carta a su amigo Turgueniev:

Siempre he tratado de vivir en una torre de marfil, pero la marea golpea sus muros y amenaza derrumbarla.

No existe torre de marfil que impida a la realidad golpear sus muros.

jueves, 17 de junio de 2010

ANGE POTIER (1973) La pileta. Con Yuri



En 2006, Ange Potier creó a
Yuri, pequeño personaje explorador de mundos primitivos.
De él hizo dos cortos de animación, editó un libro de historieta (Yuri) y una cajita de imanes
Sitio web de Yuri

Dibujante, ilustrador, pintor, animador. Francés, vive desde 2006 en Buenos Aires, Argentina.
El dibujo y la actitud de mirar y representar el mundo que lo rodea es parte central de sus actividades.

Sitio web de Ange Potier

domingo, 6 de junio de 2010

JUAN CARLOS BUSTRIAZO ORTIZ (Santa Rosa, 1929-2010)


Una muestra de su poesía inclasificable . Selección de Cristian Aliaga para Diario de poesía.

con sus rasgos de piedra, la palabra

como el ave más vieja de la tierra se caía la tarde purpurísima y en la hondona quietud y colorada machacada por hombre desgarrida se astillaba la greda despertada por el hijo de piedra que tenía por el ser bermejoso que en su entraña como un niño gigante se escondía abismal colorón rótula ciega costillón de las lunas fallecidas y fue el agua mortal y las catástrofes de las grandes criaturas destruidas fue el veneno del barro fragoroso y el silencio del barro que se iba animales murientes y sonámbulos con el último sexo en las pupilas con la última piel acorralada con el último color de sus semillas como el ave más dulce de la tierra se caía la tarde y yo vivía

(para teresita en calchahue

y también cuatro aguas, 20,

y boliche del temple del diablo,

noche del 22)

(de: Las pinturas, 1972)

canción rupestre

llovía Dios en la noche resplandosa granazón de los tiempos llovían salmor y la piedra al galope de la luna eras vos y era yo dos cerros blancos espinazo del cielo entreabrido eras barro alumbrante llovían sapos oh amasijo de labios y de fiebres la caverna cantada por los pájaros el altar de la vida llovían ojos llovía luz y temblor llovían pantanos llovía azul corazones ruiseñores llovían almas y cuerpos dibujados llovía un ser como tigre llovían cuernos llovían músicas grandes hachas cántaros llovían manos de piedras con hollines manos rojas y amor color sagrado nos tornamos en piedra en lo llovido en abrazo de piedra nos tallamos en rayón de la piedra que sabía nos hallaron divinos imantados!

a Ch

(De, canción rupestre, 1972)

El Ghenpín partió para quedarse

domingo, 06 de junio de 2010

Por Rubén Valle

Oh piedra llena, llaga hermosa! (J. C. Bustriazo Ortiz, 1929-2010)

En materia de reconocimientos, es una fija que siempre llegamos tarde. La muerte, además de artera, gusta hacer gala de hábil tiempista. Ahora que vino a llevarse a Juan Carlos Bustriazo Ortiz, queda el reparador consuelo de saber que antes de esta partida a sus 80 años, el gran poeta pampeano alcanzó a ver el merecido -aunque tardío- reconocimiento a una obra imponente.


De su ardua producción de algo más de 70 libros, sólo vio publicados apenas seis: “Elegía de la piedra que canta” (1969), “Aura del estilo” (1970), “Unca bermeja” (1984), “Los poemas puelches” (1991), “Quetrales” (1991) y “Libro del Ghenpín” (2004). El rescate, afectivo y literario, llegó de la mano de poetas como Cristian Aliaga, Andrés Cursaro, Sergio De Matteo y Javier Cófreces, quienes dieron forma a una antología insoslayable para la poesía nacional: “Herejía bermeja”, editada en 2008 por Ediciones en Danza. En ella hay poemas, muchos poemas, de los libros citados pero también de “Caja amarilla”, “Las Yescas. Canción del enterrado”, “Los decimientos”, “Canción rupestre”, “Las pinturas” y “Hereje bebedor de la noche”. Este último reúne textos leídos por su autor para un CD editado en 2007, trabajo que también contribuyó a acercar a este ex telegrafista y bohemio recitador a los oídos más jóvenes.


Nómada incansable, autodidacta al borde de la erudición, fue un fiel habitante de los bares; un bebedor de brindis siempre agradecido. No hubo peña, bar o patio enfiestado que no escuchara los versos apasionados de este ghenpín (hechicero) que ciertamente no habría desentonado como personaje de Juan Rulfo. “Como un ciego fui con las manos interrogando las paredes”, escribió en “Unca bermeja” el autodenominado “poeta nochernícola”. Su inclasificable poética unió lo metafísico, el paisaje, la música, la vida en los márgenes, dando como resultado lo que Aliaga sintetiza como “Sistema poético pampeano-surrealista, folclórico universal”.


Más un médium que escribiente de versos, Bustriazo se dejó domar por un lirismo exacerbado que abrevó tanto de lo místico como de lo profano. Se valió de lo regional pero subvirtiéndolo de tal manera que lo que en otros se cristaliza como una simple postal del pago chico en él es un viaje alucinado que otra que el Submarino Amarillo de los Beatles. Don Juan también tuvo su agitada temporada en el infierno, sus internaciones en un psiquiátrico, su permanente lucha con los demonios del alcohol. De todas salió aferrado a la soga de una palabra candil, un verso alerta y, sobre todo, de la mano de su mujer, Lidia Hernández. Mal que le pese a la parca iletrada, este juan que se escribía a sí mismo en minúsculas alcanzó a dejar las suficientes pistas de su talento mayúsculo para instalar ya sí, definitivo, su nombre entre los clásicos de la poesía argentina. Ya no respiro no ya no respiro Ahogado estoy ahogado melodioso. (De “En el helado mar, lejos de la muerte”)


Fuente: http://www.losandes.com.ar/notas/2010/6/6/estilo-494301.asp