OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

jueves, 27 de agosto de 2009

DETRÁS DE ESA MÁSCARA


Cardoso, Rocío, Detrás de esa máscara; Ediciones Botella al Mar, Montevideo, Uruguay, 2009

Cavar en las fracturas de la noche.

Detrás de esa máscara contiene XXXVI poemas articulados en tres partes. Cada una abre con la reproducción de una pintura del artista plástico uruguayo Luis Arias y un poema o acápite de Omar Khaiame, poeta, matemático y astrónomo persa nacido en 1040, autor de las célebres Rubaiatas.

Y aquí da comienzo el arduo y amoroso trabajo de Rocío, quien entabla una suerte de dialéctica que va imbricando su palabra y experiencia contemporáneas, a la palabra ajustada y sentenciosa del célebre poeta medieval. Cada verso citado de Khaiame es sujeto de reinterpretación, reformulación, respuesta o propuesta, apelando siempre a la forma poética breve, epigramática.

Intentaré reflejar esta clase de contrapaso o de figura de contradanza que Rocío -a partir, o anticipándose a los versos de Khaiame-, escribe.

La pintura de Arias expone en primer plano un gran bolso o maleta de viaje que enfatiza la idea de “estación” o lugar de paso, dando cauce así a la primera parte. “No es este mundo / morada permanente / es estación de veraneo”, dicen los versos del persa. Plantea la duda: al trasponer el último límite tal vez “logremos recuperar la ciencia” perdida, la muerte sería vista así como puente al conocimiento. Pero se trata sólo de un dibujo posible, de una conjetura, disfruten cada segundo –advierte-, “antes que alguien / nos haga desbordar la copa / con la sorpresa de la muerte”. Nos espera el olvido, agrega. Y Rocío traza su primera figura rechazando el olvido: sus versos dejan entrever que la muerte luce máscaras diversas y adopta diferentes contornos fingidos. Es un templo –la muerte- donde no caben la sombra ni el olvido. Los rostros del pasado alucinan, arriman su suerte, viven del recuerdo. La poeta expresa vívidamente el asedio de huellas que la marcaron, “el rastro de tu boca”, -leemos- una boca que ya no está mientras las sábanas frías claman por el calor del cuerpo perdido. En tanto, el viento profetiza en lo oscuro: “El viento reparte profecías en este fragmento de penumbras”.

En ocasiones ambos poetas coinciden. Dice Khaiame: “No hay esperanza, nada queda / aprovecha el instante”. Y Rocío: “¿Que podrás saber mañana, / en cuento mueras, / y contigo muera tu alma?”. Todo cae en el espacio eterno que no guarda la memoria del conjunto. El viento arrastra miradas ausentes, todo se diluye. No obstante, y a pesar del sentimiento general de disolución, la poeta intenta atrapar y atesorar esa felicidad vivida, tal como lo pide la sabiduría del autor de las Rubaiatas: “Sé feliz un instante, / pues la vida, amigo, / no es más que ese instante”. Rocío, por su parte, agrega la vivencia de un sentimiento sombrío: el miedo en la espera inexorable marcada por el avance progresivo hacia el final: “¿Cuál será la hora de mi última muerte?” –se pregunta-, “Tengo miedo de la luz / que atenúa / el tejido enmarañado de mis días”.

La segunda parte trepa un nuevo peldaño en torno a la comprensión del misterio; apunta a la nada, destino final tras la estación de veraneo. La pintura de Arias refleja un incendio, la destrucción, nada quedará de todo aquello que hoy tiene vida. En idéntica sintonía, la sentencia de Khaiame: jugamos las candilejas de la vida y luego nos barre la nada. Y agrega: “nadie vuelve de la muerte”. Pero Rocío, que dulcifica la dureza de tales palabras, apela a la memoria y al oído alertas, potentes bastiones que nos protegen del vacío final. Hay cierta forma de esperanza cuando advierte: “Todo silencio / enluta la memoria”. Reitera, tenaz, la poeta, el deseo de frenar el transcurso del tiempo. “Detener el tiempo/ envejecer el instante mínimo, / no llegar a la categoría de ausencia”.

“Polvo seremos” retruca el persa; pero quedarán las huellas, opone Cardoso, el soplo, el gemido, las máscaras: “Lenguaje / sin rostro verdadero”, dice. Pero Khaiame no se rinde: “la tierra que tocamos pudo ser un rostro hermoso”, leemos. Y Rocío nos habla entonces de un rostro que es aire al viento y agrega: “La noche animada por el alba / despoja tu mirada / detrás de esa máscara”. Así la muerte, tanto en la vigilia como en el sueño, prueba diferentes y etéreos disfraces, especie de pretextos tan volátiles como el aire, el viento, el gemido, la sombra, la mirada errátil.

Para Khaiame, tras la muerte todo se vuelve confuso, agitado; de un momento a otro el horizonte es la nada. En este punto Rocío asiente: la muerte –dice- condena a un espacio sin sueño, sin amaneceres. Los muertos se van sin su sombra, hurgan fragmentos de eternidad. Pero de inmediato toma distancia, vuelve a su contradanza y rescata una miga de consuelo: “algo de quien muere seguirá vivo, palpitando en el contorno de la casa”.

La imagen incluida en el tercer y último apartado presenta un ser con alas de mariposa que sobrevuela un cielo amarillento. “Cuerpos celestiales” que dejan a los sabios “perplejos, confusos, vacilantes, estupefactos”, expresan los versos citados.

¿Adónde se va después de la muerte? La promesa del Paraíso es promesa de mercaderes de ilusiones, dice Khaiame. Y Rocío: “los agonizantes desafían el sueño del paraíso”. En la casa siempre quedarán ecos, –asegura- el viento trae crujidos de huesos ausentes. “…el vacío es conspiración / Un viento incógnito / arrastra su alma / a la deriva”. Obstinada, la poeta suma datos, indaga en las múltiples máscaras capaces de disfrazar lo intangible: la llovizna que levanta el vaho de los cuerpos en el paisaje, por ejemplo. Incluso los rostros fugaces que guardaron los espejos.

“Bienaventurado es aquel / que sabe fugaz / vivir plenamente / su fugitivo instante”, ha escrito, a modo de broche de oro, Omar K, y un enorme reloj cierra la serie de pinturas. Como aquellos inquietantes relojes derretidos que pintaba Dalí, se derrite esa materia inaccesible que llamamos tiempo sobre las laboriosas construcciones humanas, llámense ciudades, puertos, fábricas, o productos del quehacer artístico.

El historiador del arte austriaco Ernst Gombrich, en su estudio La máscara y la cara, dice: “No tenemos una sola cara sino mil diferentes, “…por lo general aceptamos la máscara antes de advertir la cara. La máscara representa […] las desviaciones de la norma que distinguen a una persona de las demás. […] no estamos originalmente programados para la percepción de lo semejante, sino para captar la diferencia”. Es la desviación con respecto a la norma la que sobresale y se graba en la mente.

Sigo esta clara línea de pensamiento y digo que Rocío Cardoso ha captado la desviación en torno a la sentencia vertida al papel por Khaiame, que ha entrevisto lo diferente, el pretexto incierto, ya sea crujido, sombra, gemido, viento, eco, risa, vaho, o como quiera llamarse el velo que disfraza la verdadera cara de la muerte. Desafiando el miedo a lo desconocido, la poeta ha cavado hondo en estas páginas que reflejan su mirada lúcida horadando en las fracturas de la noche. Ha perturbado, ha removido, ha interrogado las mil caras que en sus diferentes máscaras acostumbra vestir la muerte: inasible, caprichoso sujeto de reflexión de este bello, delicadísimo, filosófico entramado poético que hoy nos ocupa.

Por Marta Ortiz (Fragmento de mi texto de presentación del libro Detrás de esa máscara, de Rocío Cardoso, el 25/08/2009 )

lunes, 24 de agosto de 2009

El Consulado General del Uruguay

y el Consulado de Distrito del Uruguay en Rosario, Santa Fe

Invitan a la presentación del libro

Detrás de esa Máscara

de la escritora uruguaya Rocío Cardoso

Presentarán los poetas

Marta Ortiz, Florencia lo Celso, Ignacio Suárez

y Alfredo Ma. Villegas Oromi

Con la actuación del Ensamble de Vientos de Rosario

Director Fernando Ciraolo

Martes 25 de agosto de 2009 – 19.30 horas

Centro Cultural de la Cooperación

San Martín 1371 – Rosario – Santa Fe

domingo, 9 de agosto de 2009



La canilla gotea.

El agua siempre encuentra

el modo de escurrirse.


Anarquía de lo amorfo,

la quimera de permanecer fiel a sí misma.


Por Marta Ortiz

jueves, 6 de agosto de 2009

HEBE SOLVES (1935-2009)




Después de un largo deambular jalonado por tropiezos y caídas silenciosas, el sábado a la noche murió a los 73 años la poeta Hebe Solves, “la vecina del río” que creía, siguiendo a Alejandra Pizarnik, que “es posible ver el mundo desde una alcantarilla”.

Así comienza su nota homenaje Silvina Friera en la sección cultura y espectáculos el martes 4 de 2009 en Página 12
Enlace a la nota:

POEMA DE HEBE.
INDOLENCIA
¿Quién nos ata a las cosas y a mí, 
compaginándonos a deshora, 
sino la imagen de todas las imágenes 
       de mí sin mí? 
 
La multitud escancia 
una posible voz, un gesto indivisible 
en los reflejos del aire, 
       una historia propia (¿real?)
 
Y yo también me miro 
como si mirara las caras 
       de un retrato 
       infinito y único. 
 
Al fin, un desorden ingobernable 
       reúne  la vida y el olvido; 
peligran en la indolencia los víveres 
y se anulan las razones de saber 
y las de morir.

(Fuente: Poéticas, Antología de la poesía universal, editora, Ketty Alejandrina Lys)