OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

jueves, 19 de febrero de 2009

Wislawa Szymborska (*)


En el lenguaje poético, donde cada palabra es sopesada, nada es usual o normal. Ni una simple piedra, ni una simple nube sobre ella. Ni siquiera un simple día ni la simple noche que le sucede. Y sobre todo, ni una simple existencia, ni cualquier existencia en este mundo.

WISLAWA SZYMBORSKA
Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 1996

ESCRIBIENDO EL CURRÍCULUM

¿Qué hay que hacer?
Presentar una instancia
y adjuntar el curriculum.

Sea cual fuere el tiempo de una vida
el curriculum debe ser breve.

Se ruega ser conciso y seleccionar los datos,
convertir paisajes en direcciones
y recuerdos confusos en fechas concretas.

De todos los amores basta con el conyugal,
los hijos: sólo los nacidos.

Importa quién te conoce, no a quiénes conozcas.
Viajes, sólo al extranjero.
Militancia en qué, pero no por qué.
Condecoraciones sin mencionar a qué méritos.

Escribe como si jamás hubieras dialogado contigo mismo
y hubieras impuesto entre tú y tú la debida distancia.

Deja en blanco perros, gatos y pájaros,
bagatelas cargadas de recuerdos, amigos y sueños.

Importa el precio, no el valor.
Interesa el título, no el contenido.
El número del calzado, no hacia dónde va
quien se supone que eres.
Adjuntar una fotografía con la oreja visible:
lo que cuenta es su forma, no lo que oye.
¿Qué oye?
El fragor de las trituradoras de papel.



MONÓLOGO PARA CASANDRA


Soy yo, Casandra.
Y ésta es mi ciudad bajo las cenizas.
Y éste es mi bastón y éstas mis cintas de profeta.
Y ésta es mi cabeza llena de dudas.

Es verdad, triunfo.
Mi cordura llegó a golpear el cielo con un rojo resplandor.
Sólo los profetas que no son creídostienen esas vistas.
Sólo aquellos que empezaron a hacer mal las cosas,
y todo podría haberse cumplido tan pronto
como si nunca hubieran existido.

Ahora recuerdo con claridad
cómo la gente, al verme, callaba en mitad de la frase.
La risa se cortaba.
Se separaban las manos.
Los niños corrían hacia sus madres.
Ni siquiera conocía sus efímeros nombres.
Y esa canción sobre la hoja verde...
nadie la terminó en mi presencia.

Yo los amaba.
Pero los amaba desde lo alto.
Desde encima de la vida.
Desde el futuro. Un lugar siempre hay vacío
de donde qué más fácil que divisar la muerte.
Lamento que mi voz fuera áspera.
Mírense desde las estrellas -gritaba-,
mírense desde las estrellas.
Me oían y bajaban la mirada.

Vivían en la vida.
Llenos de miedo.
Condenados.
Desde que nacían en cuerpos de despedida.
Pero había en ellos una húmeda esperanza,
una llama que se alimentaba con su propio parpadeo.
Ellos sabían qué era un instante,
fuera el que fuera
antes de que...

Yo tenía razón.
Sólo que eso no significa nada.
Y éstas son mis ropas chamuscadas.
Y éstos, mis trastos de profeta.
Y ésta, la mueca de mi rostro.
Un rostro que no sabía que pudiera ser hermoso.

De "Mil alegrías -Un encanto-" 1967
Versión de Abel A. Murcia


(*) Poeta y ensayista polaca nacida en Kórnik, Poznan, en 1923. Vive en Cracovia desde que su familia se trasladó allí en 1931. Estudió Literatura Polaca y Sociología en la Universidad Jagiellonian. Con su primera publicación "Busco la palabra" en 1945, seguida de "Por eso vivimos" en 1952 y "Preguntas planteadas a una misma" en 1954, logró situarse en los primeros planos del panorama literario europeo. "Apelación al Yeti" en 1957, "Sal" en 1962,"En el puente" en 1986, "Fin y principio" en 1993 y "De la muerte sin exagerar" en 1996, contienen parte de su restante obra.

Premio Nobel de Literatura 1996. Además, Doctor Honorífico de la Universidad Adam Mickiewicz en Poznan, 1995. ©

sábado, 7 de febrero de 2009

REDES


en el parque
las ramas de los palos borrachos
tejen redes blandas

-nidos-
que mecen asteroides

Marta Ortiz



Clarice, siempre...


El replanteo, el jaqueo constante al acto de escribir. Pensar cómo se accederá a la letra. Miedo al abismo al pie de la cornisa...

(Escribo sobre lo más mínimo adornándolo con púrpura, joyas y esplendor. ¿Así es como se escribe? No, no es acumulando; sí es desnudando. Pero tengo miedo de la desnudez, porque es la palabra final.)


Clarice Lispector, La hora de la estrella, Siruela, Madrid, 1977